lunes, 24 de enero de 2011

¿Qué ocurre cuando el corazón se rompe?

Os contaré una historia:
Entré en mi dormitorio y cerré la puerta. Y con lágrimas en los ojos sentí como mi mundo se desvanecía ante el espejo del armario de mis sueños. Mientras miraba mi reflejo observé dentro de mí como la soledad devoraba un espacio que en otros momentos había albergado mis ilusiones. El se había ido pero su olor y su presencia moraban entre las sábanas de mi cama como si de un fantasma se tratara. Y allí, en una habitación sin salida, impotente y frágil me enfrentaba de nuevo a mi vacío. Tumbada en la cama con mi cuerpo inerte y mi corazón frío buscaba en mi mente la manera de calmar mi dolor. La noche hacía que el silencio fuera ruidoso. Transcurrían las horas como minutos y decidí arroparme entre las mantas para resguardarme de una tormenta de nostalgia. Y al fin me quedé dormida.
A la mañana siguiente, desperté con una sensación de resaca. Me incorporé y volví a mirarme al espejo y como si de un juez se tratara dije en voz alta: Esto no me volverá a pasar, no volveré a abrir mi corazón, no volveré a amar y así no sufriré nunca más. Así que abrí la puerta y salí del dormitorio con un único propósito: vivir sin mí. Mi cuerpo y mi mente salieron de allí, pero mi alma se quedó atrapada detrás del espejo.
Pasaron meses de una vida llena de satisfacciones momentáneas y largas rutinas hasta que tropecé con Alejandro. Era un hombre encantador que conocí en la escuela de yoga. Un día, después de clase se acercó y me dijo que si nos tomábamos un café pero yo rechacé su invitación. Él insistió y yo accedí. Congeniamos muy bien y el café se convirtió en una cena. Después de esa noche surgieron más encuentros. Pero en todos ellos yo mantenía mi distancia de seguridad. Hasta que un día se presentó en mi casa y llamó a mi puerta. Le invité a entrar y le ofrecí algo para beber.  Mientras estábamos sentados en el sofá comentando algunos temas sin importancia comencé a percibir como nuestros cuerpos se sentían atraídos.  Las horas se convertían en minutos. Sentí su mirada penetrando mis ojos, y sentí como sus manos daban calor a las mías, y sentí como sus palabras sinceras derretían mis oídos, y se acercó para besarme y sentí… ¡uff!... un tsunami de miedo que invadió todo mi cuerpo. Y como si de una alarma de bomba se tratara me puse en pie, le retiré sus manos de las mías y le dije que era tarde.  Él, ante mi reacción me preguntó: -¿tarde para qué?- Y yo le dije: - tarde para amar.  Así que será mejor que te vayas-.  Con lágrimas en los ojos se dirigió a la puerta y antes de salir se volvió y mirándome fijamente me dijo: - ¿Qué es ese ruido? Parece que sale del armario –. -No es nada, será la vecina cambiando los muebles de sitio-.
Y volvió a mirarme y esta vez sus ojos emanaban comprensión y dulzura. Entonces pronunció unas palabras que me dejaron sorprendida: - yo también encerré mi alma hace mucho tiempo. Sé lo que es sufrir por amor y perder a alguien que amas. Y pasé mucho tiempo huyendo del amor. Así que evitaba a cualquier mujer que me hiciera volver a sentir. Me alejaba de ella lo más rápido posible e incluso algunas veces mostré mi lado más cruel para que me odiaran y me dejaran antes de que ellas me dejaran a mí. Pero un día, que recuerdo muy bien, fui a pasear a la playa y me encontré con un viejo amigo llamado Javier que hacía mucho tiempo que no veía. Así que nos tomamos una cerveza y conversando me contó que se había divorciado y que ahora tenía libertad para ir de cama en cama, que se pasaba su tiempo libre con los amigos de fiesta y que veía sus partidos de fútbol sin que nadie le molestara. Que tenía toda la libertad para hacer lo que quisiera sin dar explicaciones a nadie. Por un momento me sentí identificado con él, e incluso le di la enhorabuena por su gran vida. Y en aquel instante, como si fuera por mano del destino, su  ex mujer se sentó en la mesa de al lado con su actual  pareja. Y para mi sorpresa, Javier, al verla tuvo una reacción que me impactó. Se puso muy nervioso, y como un niño a punto de llorar con la voz encogida me dijo: -ella era la que daba sentido a mi vida y por orgullo la perdí, fui un estúpido-. Yo me quedé extrañado, hacía unos minutos me contaba lo bien que se sentía con su vida. Y le dije: -Todo lo que me has contado antes, ¿no es verdad? – no, lo siento. Es sólo una imagen que doy para que los demás no descubran que  con 45 años me siento inmensamente solo y que tapo mis vacios con alcohol, fútbol, amigos, viajes,…  y te cuento esto a ti porque al verla he vuelto a contactar con mi corazón.
Yo le miraba y le escuchaba con verdadera atención. Tenía a un hombre frente a mí que había elegido lo mismo que yo: vivir sin amor por miedo al dolor. Y la verdad, es que al confiarme su verdad, yo descubrí mi propia mentira. En fin, fue un momento cuántico, desperté y menos mal que lo hice. A partir de ahí mejoré todas las relaciones de mi vida: familia, amigos, compañeros de trabajo,… y a medida que mi vida se iba llenando de amor, me prometí a mi mismo que el día que volviera a sentir algo especial por alguna mujer no dudaría y le abriría mi corazón. -Así que ya ves, no eres la única que decidió esconder su corazón en un armario-.
Atónita, ante tanta honestidad, me quedé callada y sin saber que decir. Él se quedó mirándome esperando alguna reacción por mi parte y después de unos segundos me dijo: -no te preocupes, quédate tranquila, necesitas tu tiempo. Tú me gustas y esperaré a que me des tu respuesta. Y sin más, abrió la puerta y se marchó.
Yo, me quedé paralizada, no sabía si encerrarme en mi habitación con mis fantasmas o salir corriendo tras él. Elegí una tercera opción: sentarme en el sofá y pensar. Me sentía confusa, me había montado una vida tranquila y aburrida pero segura. No podía correr el riesgo de tropezar otra vez, habían sido unas cuantas caídas, una más no la aguantaría. Y si esta vez… y mientras meditaba volví a oír ese ruido. Me acerqué a la habitación, abrí la puerta, y miré el espejo que cubría el armario. Y cuando estuve frente a mi reflejo vi a una mujer que no era libre, había rechazado su parte más vulnerable y se había condenado a vivir con miedo.
Tras un suspiro comencé a tener una extraña sensación de confianza en mi misma. Y comprendí que hombres y mujeres tienen heridas. Que algunos optan por  cubrirlas detrás de una imagen de éxito, otras por aceptarlas y caminar con ellas. Alejandro me había demostrado cuál era el camino.
En un abrir y cerrar de ojos había cogido mi chaqueta, las llaves y había salido de la casa corriendo con una intención clara. Quería expresarle que ya entendía lo que me había querido decir, que quería conocerle, que me quería dar una oportunidad,… y justo saliendo del portal allí estaba, de pie apoyándose en el coche y con una enorme sonrisa. – Te estaba esperando, sabía que no tardarías.- me dijo, ofreciendo sus manos-. Me acerqué a él, y le abracé. Él a su vez me abrazó y no hicieron falta palabras para expresar lo que sentíamos. Ya comprendíamos que nuestras heridas formaban parte de nosotros y que no eran un impedimento para caminar juntos.
Os invito a que os miréis al espejo y que meditéis sobre lo que habéis guardado en vuestro armario. ¡Quizá os hable!

Autora: Susan Avalon.

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