Permanecía ante una vela encendida intentando con sus manitas que no dejara de alumbrar la noche. A sus siete años, Ángela, era consciente de la importancia de la luz en el mundo. Sentía tanto amor que no podía dejar de rezar, de meditar, de pedir al universo, a Dios o a esa energía que sabemos que existe pero no se ve, un mundo en paz. Transitaba por el sentimiento de vacío hasta llegar al corazón y cuando por fin llegaba al silencio su grito insonoro convertía el aire en un dulce aroma lleno de esperanza. Cuanto mayor era el tiempo de su meditación mayor era el número de ausentes que despertaba. El mundo entero permanecía dormido y su único propósito era albergar compañía. Una compañía real, verdaderos lazos de compasión, amistad, comprensión, igualdad, libertad,…
Años atrás la gente había entrando en un sueño profundo que les hacia esclavos de un sistema social que unos pocos habían creado. Esos pocos con ansias de poder crearon un virus muy dañino, llamado Capitalismo. Este virus contenía unos ingredientes que enfermaban el alma. Hicieron creer a millones y millones de personas que unos valían más que otros; que el dinero y el poder es lo único que movía el mundo; que para conseguir tus sueños hay que sudar; que para que unos pocos vivan de lujo es necesario que muchos sufran, que las guerras eran necesarias;…Ellos quedaron prisioneros en sus mentes porque el miedo a pensar por sí mismos les llevaba a una sensación de impotencia y desesperación. Manipulados y resignados creyeron como verdad que era una utopía vivir en una comunidad libre, pacifica e igualitaria.
Ángela seguía con empeño manteniendo su vela encendida. Permanecía en un estado de concentración e imaginaba que todos iban abriendo los ojos sin miedo. No sé si fue un milagro pero con cada pensamiento conseguía hacerlo realidad.
Aquellos que amanecían a una nueva realidad contagiaban esa visión a otros despertándoles de su letargo. Fueron muchos los que comenzaron a soñar despiertos. Con el tiempo de aliado las personas caminaban hacia una meta difusa. Solo sentían que era hora de hacer algo, no sabían muy bien cómo pero estaban seguros de que era el momento. Salieron de sus casas, dejando sus camas sin hacer y se dirigieron a las grandes plazas de los pueblos. Como si de una fuerza divina se tratara, la gente se unía en un estado de calma profunda. Se concentraban frente a las iglesias, en las calles principales de las capitales, en cualquier lugar que encontraran comprensión y pudieran expresarse sin miedo a ser juzgados. Era el momento de construir un mundo mejor.
Este despertar se expandió por una infinidad de países. Aunque hablaban lenguas diferentes se comunicaban a través de un único idioma que todos comprendían. Aunque sus rostros mostraban indignación también expresaban solidaridad y amor.
Ángela continúa meditando con más fuerza para seguir despertando a los que aún están dormidos. Sueña con un mundo en el que las armas más poderosas sean una sonrisa o una flor. Sueña con que el amor consciente sea lo que mueva el mundo. Sueña con políticos que abrazan, familias unidas, ciudadanos felices,…
Y os preguntaréis: ¿Quién es Ángela? Eres tú, es él, es ella, somos todos. Y la llama sigue encendida. Todos hemos tenido siete años. Con esa edad nos pasábamos el día jugando y soñando. Sentíamos que estábamos destinados a hacer grandes cosas en el mundo. Nos identificábamos con los héroes de las películas. Nuestros grandes apoyos eran nuestros padres y nuestros hermanos nuestros mejores amigos. Pero en algún momento de vuestra vida perdistes la fe. Tal vez fue por una disputa con vuestro padre, o por una decepción amorosa, o por un amigo que os traicionó. En ese momento decidisteis apagar la vela que iluminaba vuestros sueños. ¿Qué lo reemplazó? Quizás el miedo, el rencor, la competitividad, la infravaloración, el egoísmo, la venganza,… Y ahora preguntaros: ¿realmente pensáis que sois más felices ahora que antes?, ¿Esas emociones os dan paz?
Hace diez años aproximadamente iba en el coche con un amigo. Le contaba cosas que quería conseguir en mi vida. Y le dije: “Aunque son sólo tonterías”. Y él dijo con mucha asertividad: “Nunca digas que tus sueños son tonterías”. Sin más, surgió una sonrisa en mi rostro. Y decidí que siempre creería en mis sueños por muy utópicos que les parecieran a los demás. Ahora, a mis treinta y cuatro años sueño con más fuerza que nunca. Ya no importan las traiciones, los engaños, el desamor,… sólo importa que mi llama sigue encendida. Y que mientras eso ocurra, siempre habrá alguien que despierte.
Autora: Susan Ávalon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario